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Fue tanta la mala imagen que se vendió de Brasil con respecto al tema de la inseguridad, que al final, es como si el precio de esa “fama” lo hubiesen pagado bien caro. Con oro puro colgado al cuello se fueron los atletas que a pesar de las advertencias llegaron al país de la zamba y dejaron el temor convertido en hazañas atléticas.
Tal fue el caso de los sobresalientes competidores estadounidenses Michael Phelps, el nadador que se alzó con un gran número de preseas… Podría uno decir, que se lanzaba al agua, como huyendo de quienes le irían a robar su fortuna atlética, avanzaba en cada una de las pruebas hasta dejar sin botín a aquellos que se ganaron la fama de ser amigos de lo ajeno.
Una historia similar plasmó Simone Biles, gimnasta magistral que en sus maniobras demostraba que más vale la seguridad interna que la descrita por los medios de comunicación de hechos que ocurren a diario en las calles de Rio de Janeiro. Los “cacos” pasaron por los juegos olímpicos sin llevarse ni rastros siquiera de plata y bronce.
Ganó el empuje y la entrega de los atletas que de todas partes del mundo asistieron a la justa olímpica desafiando a los que buscan ganarse todo de la forma más fácil: Robando lo que otros a base de esfuerzo consiguen. En esta oportunidad, no fue así, el gran vencedor fue el valor deportivo, porque hasta el de la policía y organismos de seguridad solo fue parte del colorido que vistió a Brasil en la pasada edición de los juegos olímpicos.
Hoy, días después del gran evento deportivo, el gran lunar que pudieron haber dejado los anunciados asaltos y la presencia inminente del Sika, quedó reducido a una simple mancha que se lavó con el sudor de todos los participantes que a final de cuentas, parece haber sido el antídoto perfecto para contrarrestar dos plagas.
La primera, la humana originada por la descomposición política de un país carcomido por la corrupción y la segunda, la ambiental; igualmente desarrollada por el descuido por parte de las autoridades de sanidad en el control posterior de los deshechos que sin conciencia son arrojados en las playas y rios desencadenando grandes focos de contaminación.
La gran radiografía mostrada en contraste a toda la millonaria infraestructura de los juegos, dejó en evidencia como se forman los criaderos del mosquito transmisor del mal que se inventaron para disipar la atención de un pueblo sumido en la miseria, producto de la política que sin antifaz, está robando y a plena luz del día.
Los de la mascarilla, como nuestro protagonista de la portada, quien representa el peligro a que estarían expuestos los deportistas, se quedó solo en eso; en una caricatura, mientras la cruda realidad de un país con pocas oportunidades, vio pasar la opulencia del oro y el derroche en medio del hambre y del temor de atletas que a diferencia, lograron cosechar, porque en sus países, tuvieron una oportunidad.
No hubo episodios de robo. Ni siquiera el anunciado por deportistas Americanos que se escudaron en esa mala imagen para justificar su desfachatez de celebrar hasta altas horas de la madrugada y con copas de más, inventándose un intento de robo que nunca existió.
En Brasil, quienes realmente son víctimas de robo, son los propios ciudadanos nativos que han hecho historia siendo presa fácil de la política sucia que ha venido arrasando con la riqueza de un pueblo que vio pasar el oro, la plata y el bronce por los escenarios deportivos. Aquellos de quienes los participantes se estuvieron cuidando todo el tiempo atemorizados, no se llevaron ni siquiera la ilusión de volver a vivir en la Brasil que todos en alguna época conocimos.
Una cruda realidad que hoy matizamos en caricatura. No queda más. Por lo menos a usted le queda el gusto de informarse y de reírse, porque lo que tiene en sus manos, está a punto de hacerlo explotar, pero de la risa….. Ándele pues, porque el TACO de Dinamita ya está encendido.