Iba un borracho en un tren, desesperado porque se le había olvidado comprarse una botellita para el camino, y el viaje era largo.
En el asiento frente al suyo, para colmo de sus males, iba sentada una viejecita que, de vez en cuando, sacaba de su bolsa una botellita, y se la llevaba a los labios. Cada vez que esto pasaba, al borrachín se le hacía agua la boca.
Con la vibración del tren, la ancianita acabó por dormirse. En cuanto la vio dormida, el borracho se abalanzó sobre su bolsa, la abrió, sacó la botellita, y se salió con ella al pasillo. Una vez ahí, se puso a darle un trago tras otro, intentando adivinar de qué bebida se trataba:
-(¡Glug!) ¿Oporto…? No. (¡Glug!) ¿Jerez…? Tampoco. (¡Glug!) ¿Vermut…?
Mientras tanto, la viejita ya había despertado, y buscando en su bolsa, decía:
-¿En dónde habrá quedado mi botellita para las flemas…….?