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Por Francisco Puñal Suárez

Ilustrador, dibujante, pintor de excelsas cualidades estéticas y conceptuales,   Horacio Cardo tiene, además, una destacada trayectoria internacional que le ha valido un bien reconocido prestigio artístico.

Nacido  en Temperley, provincia de Buenos Aires, Argentina, el 20 de mayo de 1944, desde niño le gustó dibujar. Los años pasaron y la vida y su talento le dieron una valiosa oportunidad laboral: llegó a residir en Manhattan durante doce años y allí publicó sus ilustraciones en el New York Times, el Washington Post, Los Angeles Times, las  revistas Times, Playboy y otras. Su trabajo despertó tanta admiración que recibió varias distinciones. Pero una combinación de factores de carácter familiar le obligaron  a regresar a  Argentina.  Retomó entonces su labor en Clarín, donde pertenece a su plantilla.

Comencé a trabajar –expresa Horacio-  como humorista a los 17 años en Tía Vicenta, suplemento del diario El Mundo, el más importante de aquel momento, y a los veinte años fui contratado por la Compañía General Fabril Editora.  Mi debut fue ilustrar “El Compadrito”, de Jorge Luis Borges y Silvina Bullrich. He visto esos dibujos hace un tiempo y no me explico cómo me los publicaron.

La ilustración  el dibujo, la pintura, la escultura, todo es una misma cosa. Los grandes pintores fueron todos ilustradores, pero algunos de capacidad limitada, denostan a la ilustración, a la historieta, a la caricatura, y se ponen por encima de ellos –añade.

Siempre les dije a mis colegas norteamericanos que era imprescindible cambiar la palabra “ilustración”, porque el editor cree que esa imagen debe ceñirse al texto escrito.  Y no es así. Cuando uno ilustra, lo hace en forma personal y generalmente ilustra el tema y lo enfoca según sus creencias, su forma de pensar. La visión del escritor ya fue dada, ¿para qué repetirla visualmente?

El humor, la sátira y la ironía me resultan imprescindibles para salvarme de la desesperación. De manera que una ilustración a la que se le pueda agregar estos condimentos, hará de triunfante caballo de Troya en la conciencia del lector –dice. Creo que la frase más irónica sobre el argentino no la crearon los humoristas sino los militares con su slogan: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Para reír hasta las lágrimas  El argentino es un ser incomprensible, impredecible, un lunático que habita su propio pedestal, construido prolijamente en ajuste con el de sus vecinos. Su inclaudicable ego le hace disparar desde lo alto de ese pedestal absurdo tanto una broma siempre hiriente y burlona, como una bala.

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